(1:9) El momento en que nos conocimos
Recuerdo cuando estos bosques muertos eran una luz en cada anochecer,
El río subía y baja haciendo ruidos que provocaban soñar y descansar,
Los edificios recién pintados y cubiertos de hermosas sedas en los muros,
Nuestro muelle, el del pueblo, con las maderas vivas y el bote brillante.
El sonido de los animales y de un viento refrescante que nos atravesaba
Fue en un sexto mes, en el octavo día, en los años tan maravillosos
Te observé como un cuadro perfecto, el color adecuado, tu volumen,
La simetría mesurada y el aroma perfecto que recorre las hojas, amor.
Bajé de mi caballo y me acerque sin esperar una sonrisa, la obtuve,
Tus ojos madera clara, dorada y brillante reflejando el sol, tu mirada…
Saqué la retórica, la experiencia de los poetas, las fuentes y las citas,
Suspiré y expresé con el ligero temblor las palabras inexactas para ti:
Lucrecia, no intento convencerte ni obligarte con la desesperación de mi situación, si en realidad observo mi postura sé que no puedo ser de tal objetividad, ya que cada día despierto con la ilusión de verte caminar, por lo menos escuchar saber de ti, pero es que no sabes lo que me provocas, la rutina se disuelve, me tornas en un caos, en un mar de melancolía y largos anhelos para querer seguir jugando, déjame seguir doliéndome con éste tormento adecuado, quiero probarte después de toda ésta lucha y acariciarte y que me sonrías. ¿Qué puedo hacer? ¿Qué quieres que sea? Todo puedo convertirlo, todo lo puedo quitar, alejar mis pecados, mis errores y todo el humo que no me permite amar. Hoy y siempre puedo serte amor. Lucrecia, si tal vez nuestros dioses dejarán el destino en los mortales, tan solo pudiera abrazarte y no dejarte ir. Quiero que me conozcas, que impregnes tu sangre en mi corazón y me dejes fluir con ella por mis venas, para poder vivir y funcionar, no lo harás mi libertad. No necesitas amarme como lo hago yo, déjame dejarte. Acaso pudieras sentir todas las veces que…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario