octubre 07, 2009

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Los susurros (1:3)
El olor que pasaba entre mi olfato y el miedo se torno fétido, no… no era la muerte pecaminosa ni la desesperada podrida caja de sorpresas que la oscuridad me regalaba, era un aroma antiguo para un tiempo lejano, antes de haber dormido y no regresado, y es que la vieja enfermedad (que ahora recuerdo desde hace tiempo) ha regresado, Aurora… Aurora la suavidad del cadáver más eterno… ella está aquí, en el cuarto… sus murmullos, los susurros en una oscuridad tan negra que ella misma está ciega, el aire que me produce al subir por mi espalda, es ella, ojos pintados de sus iris a la pupila… rojos. No los veo, pero están aquí… me toca el rostro y me llora como una vieja loca, entre algunos roces sus largas uñas aparentar romper mi cordura, pero mientras me arrodillo y arrastro mi cuerpo insano siento un piso húmedo y cubierto de texturas suaves, como una esponja tan mojada por sangre, por el horrible extracto humano que mi boca ya no puede, se sofoca con cada exhalación, hilos de saliva recorren mi barbilla mientras ella me guía con sus carcajadas y lamentos pobres, exiliados de alguna inversa garganta, con sonidos roncos que mutilan algunos artículos, algunas oraciones… me agarran sus manos, me avientan de regreso al techo y caigo entre aquellos suelos grotescos, mi mano desesperadamente busca algún consuelo entre algún palo, una herramienta que me libere, no ella volante y quimera, de este sueño tan parecido a Cetus… con sus mandíbulas aplasta a mi pobre sanidad andromediana, mi mano… por fin encuentra la cadena y esta abre las luces que provienen del farol del monte, el cuarto es distinto… no es un cuarto. Es el pasillo que conecta varías terminales mineras, no se ni siquiera si esto exista afuera de mis ojos, no lo sé, mi mente podría estar imaginando de más, con algunos detalles sobre exaltados y figuras o situaciones extra normales, cada dos metros puertas selladas de acero oxidado eran el adorno perfecto para el techo que solamente era una cueva, formada por manos humanas (?), excavada y perfectamente estilizada para no dar una imagen brusca o sucia… todo lo contrario, es un lugar limpio y ausente de polvo. Mis pasos eran huecos encima de los pisos que alguna vez fueron piedras naturales y no estas pulidas y coloreadas de un gris claro, solemne. Las puertas están marcadas cada una por el nombre del propietario de lo que existía del otro lado, muchas de ellas (muchas por que el destellante dolor de cabeza no me deja pensar y contar la gran cantidad… podrían ser infinitas) ya habían perdido la identidad del ocupante, otras tenían el registro de nombres tales como: Pintia, Crelios, Amiónedes, Sintios y en particular Manlogóno.
En el último nombre los susurros de nuevos recuerdos y nuevas dudas acompañaron a los compases de mis respiraciones, estaban aquí estos dueños. Corrí durante minutos largos hasta llegar al fondo del pasillo, mi frente sudorosa y mi aliento caliente como volcán, no pensé que mirar atrás hasta llegar a un cuarto con sólo una puerta, esta se diferenciaba a las demás, su marco era blanco, tan puro y sutil como una nube, el marco sostenía un vidrio opaco con el grabado de un pequeño pueblo, tenía como una obligación el monte impregnado como el fondo más dorado y grande, en realidad el lugar parecía ser pequeño, no puedo distinguir por que hay edificios tan grandes, sin embargo el lugar donde se supone estoy ubicado, no existe… mi mente me engaña… esto es un túnel, claro que estoy siendo marcado en el grabado, estoy en el monte…debajo de él. Mi mente parece volar y desarrolla tantas teorías de mi situación actual, no me fijo que suavemente una sombra cubre el vidrio y pequeñas, dulces, blancas manos se pegan al cristal, un rostro en blanco con la expresión más espantosa pegó en la puerta y rompió el marco, mi reacción es saltar, pero sin pensarlo resbalo con mis propios nervios cayendo a los pies de la ráfaga de vidrios. No hubo más… cierro los ojos.

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