“Antes
de la disolución, la historia de la consumación”
El mundo no nos pertenece tal y como se formo; aún no entiendo de
donde proviene el daño natural de la maldad en el humano. No
comprendo que tan permisivo puede ser el acto destructivo de la
mente, de los pasos que da este ser vivo que constituyó su esencia a
partir del progreso y la razón.
¿Qué es la razón? Sólo observo el daño que nace con la cría
hasta el maltrato en vida en cada día de un pequeño que no entiende
porque debe sufrir. ¿Por qué nos maltratamos? Nuestras manos
deberían servir para construir no jalar o crear marcas eternas en la
piel de otro igual. Presumimos de la sangre que nos une pero no
tememos en perderle valor cuando la derramamos. Nuestra maldad
respira cuando tomamos nuestro primer aliento y atestiguamos la
primera luz de una próxima oscuridad.
Digo esto antes de la disolución, la historia de la consumación del
cuerpo; del pecado como valor estricto de no permitir daño. La
consumación...
Parto de mi reflexión para contar en este pequeño lapso la
historia terrorífica de Aramea, la visionaria de Pintia y la hermana
espiritual de Garcilaso, prima del sabio Crelios y amor del mismo
infortunio.
Creo
que no se le puede acusar a nadie de maligno cuando el deseo nace y
se convierte en el juego de miradas o las maniobras de una mano rozar
otra, crear ese contacto que pueda gritarle al otro que lo necesitas;
que sepa de tu desesperación de saciar tu boca en sus labios o
acariciar la piel, pegarla a tu cuerpo y fundir tus manos con su
sexo. Nadie puede ser culpado de enamorarse ni entender su perversión
como amor cuando en realidad es sólo deseo de dominar el juego y
hacer pertenecer los besos del otro. La soledad te hace pelear
contra la moralidad y la ética de siglos atrás, no entiendes porque
las cosas deben ser de esta manera, como un pequeño diario de
intrigas que se esconde en los brazos de estudiantes o debajo de las
uñas del ladrón, el nacimiento de la obsesión es también
descubrimiento en la capacidad de necesitar algo que nos satisfaga.
En este caso, lo terrorífico no es la sangre de un cuerpo recorrer
el suelo de su cama hasta llegar a las fronteras de la puerta y el
pasillo; no es la mentira viperina del corazón o apegarse hacia una
empatía, dejar ir o irse.
Cabello
claro y ojos tristes, piel mojada por los rayos del sol; combinada
por un dorado y una oscuridad gradual a lo largo de sus hombros que
evidenciaba su blancura en sus mejillas, misterioso aroma, de manos
largas pero cariñosas en su tacto, una sonrisa a veces absurda pero
que curiosamente pintaba admiración en sus largos ríos de miel;
piernas delgadas y ligeras cuando corría por un verde lienzo o el
ladrillo del pueblo, cuerpo equilibrado esbelto con humildes trazos
en su simetría, a veces niña, a veces deseo. Rostro serio que
costaba de un sonreír, voz no grave menos aguda, labios delgados
rosas, de pensamientos pesimistas, sensible y tierna, el bronce por
fuera como escudo ante el alma, silenciosa en su sentir y explosiva
por su libertad; hacían de Aramea un divino fruto original entre los
campos idílicos en los teatros de nuestra ciudad.
Diseñaba
pintora de amores en los lienzos de su casa, manzanas rojas y rosas
estrellas en el cielo pegaba con sus manos posicionaba a los signos
de Ofiuco y Andrómeda; Sus damas de negros cabellos vestía para
sonreír las hacía mostrarse en amor escénico o amistad de sangre
enlazaba; Aramea un diamante en su arte y mi más grande amor. No
sabrían entender lo que sus abrazos y labios dejaban en mi rostro
atormentaban. Era imposible obtenerla y la tenía sin embargo, su
dormir en brazos contra el deseo de obtener su alma y tomarla...
Aramea... cuanto cuidaba tus lágrimas y los movimientos de mis besos
en tus mejillas, en las comisuras esperaba encontrar por error la
virtud de devorar tu amor. ¡Soy una bestia!
He
hablado de la visionaria, el implemento de un humano como herramienta
de creacionismo para el artista, distinto a una musa o modelo de
cuerpo desnudo; la visionaria es un regalo, exclusivamente un sujeto
de visión, es el proyecto de las ideas caóticas del pensador, quién
las clarifica y ordena; procesa el arte en pequeños trazos y difunde
la esencia del autor en su respectivo producto. Aramea no es un
objeto, no puede ser pensada de tal manera; es un privilegio y una
virtud por la cual ella ha decidido permanecer en los textos de
Pintia, es su visionaria.
Ojala
fuera mi visionaria... que pudiera ser mía, pero es inaceptable que
podamos vernos fuera de este cuarto, cuarto de texto que escribí
para exorcizar mis adentros. ¡Soy una bestia! Quiero tenerte...
probarte... ¡Soy un salvaje! mátame Ilmel, aquella de amores
racionados, no puedo más amarrarme a ella... es mi deseo más
enfermo. mátame soy un animal. El cuerpo es un valor rico en
perdición, domar su cintura y hacerle pertenecer a mis manos, su
consumación en mi... ¡Soy una bestia!... soy un infortunio
desamparo en las manos llenas de arena de los dioses que piden tiempo
para curar mis entrañas, mi enfermedad es la obsesión por su alma.