abril 13, 2011

(1:22)

El momento donde el Vir sintió arrepentimiento


Lucrecia tenía muchos rostros y muchos sentimientos,
era un torbellino violento a los ojos cansado del vir;
un hombre respetado, educado con la dignidad de un sello,
de circunstancias crucificadas en su alma no podía,
no toleraría los silencios y los gestos cambiantes
de su amada; ya no era Lucrecia, pero si era la misma
cambiante mujer, con vidas chocantes a la intención
de un hombre enamorado de la necesidad de consuelo.

La muerte del vir fue la espera, rumores explican.
Fue el preámbulo de una paciencia mal usada,
la creencia en una diosa auto proclamada santa,
de lo impuro que puede ser una verdad, una...
confesión humana.

Entre amantes, compromisos, motivos,
deseos, ignominia, defectos, virtudes,
encantos, excusas, omisiones, bailes,
besos, caricias, pasiones, desconocimiento,
orgullo, indiferencia, mentira, amor y
vacíos. El aliento del fuego se convirtió
en verde con el acto último de sonreír
a los labios invasores en la vida
que hubiera, si las temporalidades sirvieran,
evitado.

El vir en su suspiro más misericordioso
abrió los ojos en una noche para
volver a cerrarlos como un...
ciclo universal para...
devolvernos... a la vida.

(1:21)

Aedes

Cuatro paredes. Gastados por cuadros invisibles. Vestigios de su verdad, descritos por clavos. Orificios intencionalmente creados. Puntos constantes en la progresiva línea de la humedad. Cuatro paredes. Ventana dibujada por lo que fue alguna vez necesitada. Algún espíritu, algún tiempo, algún asomo. Niebla visita desde los cielos, visita mis ojos, pertenece a una luna que respira somnolienta por medio de las hojas. Silencios. A través del vidrio sumiso pequeñas tiras de su vestido bailan al ritmo de juegos más allá del cuarto. No estoy solo.

Manos amarradas. Siento el roce hiriente del cuero entre las muñecas. Mi respiración se exalta. El cuarto es un gran vacío. Un eco fugaz que logra alarmar mis sentidos. No hay más heridas. Percibo éste nuevo sueño, no hay regresos donde me pueda sostener para no perder la cordura. Detrás de mi, la pared parece romperse, rápidamente doy la vuelta. Mis manos al toque distinguen un cuadrado, un hoyo con el tamaño suficiente para que mi cuerpo se arrastre. No hay viento que circule, no es un ducto. Es algo intencionado. Una húmeda oscuridad, infinita, ansiosa de tragarse la voluntad del quién se entregue a un recorrido que fertiliza el espíritu con el amor de la desesperación. Mi cuerpo se duerme, ya no quiere ir hacia la oscuridad, estoy perdido.

¿Cuantas vueltas he dado? ¿Cómo regreso? No hay sonidos, no hay nada... mi rostro se convierte en llamas, ahora llueve... no puedo más... quiero morir. Cierro los ojos. Me rindo. He perdido, no quiero, no aún no, abro los ojos, grito hasta lastimarme, la cabeza pierde la razón y con todo mi cuerpo me arrastro, como una rata, su rabia y hasta el hambre. Se rompen los pasillos, el piso tiene vida, un golpe en mi frente... aún no entiendo que pasa... es una puerta... descanso mientras suelto casi desgarrándome carcajadas... ¡Es una puerta!
Abro sin precaución la pequeña oportunidad de escape...

Un nuevo cuarto... una cruz al frente de mis ojos con un nombre irónico... ahora lo entiendo, el motivo infame del pasillo...
Hospital Pietas Aedes (El templo de la piedad), me levanto y con mis dos manos amarradas me despeino en una fuga de inhumanidad...nuevas carcajadas...el infierno es la mente misma inyectada por temores.